miércoles, 27 de febrero de 2019

Una democracia plena

Empiezo recordando la vieja máxima:
un fascista es un burgués asustado.
Temeroso porque se le rompe el juguete,
temblando si otros niños quieren jugar también...
Y no cesa de asombrarme vuestro asombro,
cuando por enésima vez vivís en propia carne
a los Abascal y Guaidó, los Salvini, las Le Pen;
ellos tienen consigna de atacar primero al trabajo,
pero os indignáis por las ingles
y en vuestra protesta se silencia la zapa final
del propietario tácito de vuestras vidas.
Pues tal catálogo de figurines añosos
sólo es de recursos funcionales dispuestos
por los dueños de la democracia de mercado,
a un mero paso de la careta caída.
Así fueron, son y serán las reglas de su juego,
e insistís en jugarlo pretendiendo ignorar
la partida amañada desde el inicio.
En este tablero que se comba tan tenso,
siempre un juez genocida en los genes,
siempre oculto el cañón que lo engendrara,
velado y enhiesto bajo la toga,
con su munición elevada al estrado.
Señoría lista para sembrar por cerros y cunetas
una lluvia infame de espanto y alarido,
niebla grana de entrañas y maletas.
Siempre el mazo haciendo harina
del riñón dolorido y la hora extra sin pago.
No se cambia lo que no funciona:
se sustituye por un horizonte.
Mientras, sólo nos resta el puzzle,
el caleidoscopio, la casa de espejos,
el laberinto en el difuso jardín
de la mansión del sátrapa.
Allí damos vueltas de colores
hasta perder las líneas rectas
y nos refugiamos bajo puentes
creyendo estar en casa…
Habrá que tomarse en serio
la explosión y la bisagra,
saber tejer la “n” con la “o”,
confiar en las manos y las cervicales,
confiar en conducir bien azules los días.
De lo contrario nuestras vidas
serán fosos inconexos y punzantes,
deslizándose hasta devenir
fosa inmensurable. 




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