jueves, 17 de febrero de 2022

La Unión Soviética ya no existe

Nada hay tan cierto como el cielo

donde el mundo se olvidará algún día.

Tiempos en los que el alba se considera

una forma de agresión hacia la noche.

Cuanto más proliferan las posibilidades de elegir

más elegimos todos lo mismo.

El principal motor de la nostalgia

es que las cosas tengan un sentido;

desde la infancia construimos castillos

incluso con la imagen de un yonki

amanecido frío en el parque.

Se disparan besos fácilmente

como fuego de cobertura en las trincheras

en las que el ser humano combate con esperanza

mientras los robots aguardan impacientes

y alguien acumula riqueza en el proceso.

Quién iba a decirnos

que lo de la emoción a flor de piel,

que lo de estar en la flor de la vida

se refería a las flores que dejamos descansar

en el olvido con ansia de recuerdo

en tumbas y cunetas.

Que los niños persigan gatos,

a pedradas,

hasta matarlos,

me dice todo.

Que los libros se nieguen a confesarlo

lo confirma;

esa sangre no miente.

“Los barrios”, así, entrecomillados,

sin conciencia de clase

son eriales, solares que un banco revaloriza

con la siguiente recalificación.

El desprecio que nos disparas se resume 

en que te parecemos cuatro gatos.

Desde cuándo ser cuatro gatos

ha sido razón suficiente para negar la lluvia.

Os ofrecieron un principio;

lo repudiasteis por querer un final perfecto.

Con esa pereza sin futuro

insistís ahora en ver el mundo

y su camino en el tiempo

con los ojos humanos y nuevos

que sólo un muro antifascista

hacía posible.

Insistis en asumir la barbarie

como si fuera vuestra vecina

cruzando invisible la historia

sin roces

hasta llamar a la puerta.
Como si no hubiera sido

erradicada nunca antes.

La Unión Soviética ya no existe

y cuando vuelva la sangre a vuestra calle,

porque vuelve a dar beneficios,

comprenderéis todo demasiado tarde.



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