jueves, 29 de agosto de 2019

Dejadme morir un día...

Dejadme morir un día,
decidir satisfecho
que ha sido un buen camino,
senda flanqueada de verde y música,
mañanas recorridas en callejuelas
oscuras y altas,
escenario de secretos.

Morir cuando se elija firme y tranquilo,
dormirse bajo el sol
como agua de regato
y que los picos y los dientes
de bestias y nubes desgarren mi cuerpo
y lo voleen por todo el valle,
ser abono y preñez entonces.

Dejar atrás un surco sembrado
que habrá multiplicado esta nada absurda
que escupe a la cara de la náusea
al saberse irrelevante.

Cerrar los ojos tranquilo
con el eco de gritos y guitarras
en la nuca, acunados
en noches de aceras eternas,
en albas de árboles plantados
y regados con mimo.

Descansar para siempre
como en la soledad añil
que ríe en el fondo de las piscinas,
cuando el pecho descansa universal.

El epitafio sobrará,
como han sobrado las canciones,
los libros, las rimas y los salivazos.
Dejar un lienzo claveteado
por esos pequeños logros
que las olas borran en minutos.

Nada hundiéndose en la nada,
todo será correcto en el todo.






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