lunes, 12 de agosto de 2019

Grúas en la periferia

Una dos tres
cuatro cinco seis.
Seis grúas gimiendo
en la brisa tórrida de agosto.
Música de cámara en cadenas,
ajorcas de acero balanceadas
chirriando como delfines.
Criaturas dantescas
de altura vertiginosa,
cuerpo colosal de tiralíneas.
Rompen el horizonte,
se clavan en el cielo con su pluma,
enormes mantis desmañadas
de voz delgada, como de ballenato
confuso y arrojado al oceáno
entre pinceladas de sangre.
A sus pies hormiguean
en domingo de horas extra
pequeñas figuras
que malvenden su fuerza de trabajo,
cuyas voces de taberna el viento arrastra
hasta mis pies en el polvo.
La orla oxidada de una ciudad
tan grande
que llegas a su centro y no lo sabes.
Allí, en el mar gris con reflejos de aluminio,
cae el sol inclinado por lo hondo de su hambre ,
el sol pesado que cierra los ojos tristes
ojos de domingo
de todas las siluetas perfiladas en ventanas
por toda la ciudad.
Todas con sus cinco dedos en cada mano,
todas con sus adioses,
su melancolía y sus besos guardados.

La tranquilidad es cruzar carreteras
sin apartar la mirada del libro, pero
el hastío crece. Ese hastío
de palabrota en boca de niños
sin límites. 
En el aburrimiento y hartazgo,
jugar a la ruleta rusa con los días,
esperando que nunca sea lunes
un miércoles, un sábado,
aquí, bajo las grúas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario