No sé qué es masticar la tristeza
de una guerra que se pierde,
la tristeza de lo queda tras la guerra,
ese escombro dentro de las bocas,
la pena de la guerra tras la guerra.
Pero he vivido cómo se apagan las calles,
cómo se abren gustosas las carnes
aceptando el látigo cada vez más claro del oligarca,
cuando una farmacéutica hace su fortuna,
cuando la bolsa dice que estamos enfermos.
Me veo sin savia y a esta ciudad sin pulso.
Hiroshima, Pompeya, Dresden, Numancia.
Hay ciudades que sólo dicen todo
al ser destruidas.
Veo los barrios como sumideros de gentes
con mirada perdida y demasiado agotada
para preguntarse nada.
No quiero imaginar la tristeza incrustada
por una guerra justa que se pierde.
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