Puedes matar a una persona,
nunca a una guitarra.
La pena nos desborda
con su cuentagotas de lágrimas.
Y en el cielo no hay un dios.
Ya no puedes admirarte
de fuego de artificio alguno,
sabiendo que corren gritando
niños de sangre por el mundo.
Tras el mar no hay rumbos nuevos.
En los libros de la infancia
mil y un lugares
que pretendimos recorrer,
poseer para siempre.
La muerte anunciada no deja de triunfar
porque llegue tranquila y sin prisa,
llega mientras la ignoramos,
cuando creímos haberla olvidado.
Comerse el mundo es acabar con él.
La ausencia de nieve no acalla
las huellas agasajadas de tal sangre.
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